Tengo ya mucho tiempo sin escribir en este blog, a decir
verdad, tengo mucho tiempo sin escribir en absoluto. Pero he decidido retomar
esta costumbre, lo decidí por muchas razones, la primera siendo que me lo
sugirió una persona que admiro y que estimo como a un padre, mi tío y actual
roomie, José Valadés. Otra razón es que en mi vida ha habido cambios y
situaciones divertidas e interesantes.
Decidí venir a la maravillosa Ciudad de México para buscar
independencia, un trabajo y urbanizarme. Al tomar esta decisión comencé a
buscar la mejor manera de viajar, y surgió la posibilidad de hacerlo por
carretera en el carro de un amigo que estudia en Cholula y había ido a
Cancún de vacaciones. Así que un domingo
por la mañana salimos a carretera, no sin antes pasar por una docena de donas
para el camino, yo ya iba preparado con mi taza para viajes de Pink Floyd llena
de café con un poco de canela.
Fue divertido al pasar por el estado de Yucatán, tratar de
pronunciar correctamente los nombres de los muchos pueblitos por los que pasa
la carretera. Me he olvidado ya de la mayoría, pero recuerdo que eran difíciles
de pronunciar y muchos de ellos, más que nombres mayas, parecían asiáticos.
Que feo me pareció Campeche.
Llegando la tarde entramos a
Tabasco, lo que llamó mi atención
en la carretera entre Campeche y Tabasco, fue la cantidad de homeless
caminando, o montados en bicicletas había en medio de la nada, cada 10km
podíamos ver alguno andando sin un aparente rumbo. Incluso contarlos se
convirtió en una especie de juego mientras platicábamos de alguna fiesta en la
que nos habíamos emborrachado en la secundaria o en la prepa, o alguna chica
que nos gustaba a alguno de los dos.
Habiendo ya recorrido un buen tramo de Tabasco, el día
maravilloso y sin nubes negras que habíamos tenido desde Cancún, rápida y
súbitamente se transformó en una tormenta colmada de agua y fuertes ráfagas de
viento que nos obligó a bajar la velocidad hasta los 40km/hr. Parecía que
lentamente el nivel del agua iba a ir subiendo, y que despiadadas olas fueran a
azotar con fuerza una solitaria embarcación cargada de algún producto que
viajaba por el pacifico entre Japón y Canadá. En el estéreo del carro comenzó a
sonar una hipnotizante melodía de Tool, y luego otra más, y la música en conjunto
con la tormenta nos obligó a guardar un silencio que se hacía tácito con el
sonido de las gotas que chocaban furiosas contra el carro y las canciones que
jugaron con nuestra mente como si tuviéramos una sola.
Me sentí mareado, comencé a pensar rápidamente en la lluvia,
al instante mi mente cambio a pensar en montañas, un segundo después dibujaba
escenas trágicas, como escritas por Allan Poe,
en mi cabeza, y así estuve viajando entre un millar de pensamientos fugaces
hasta que por fin menguaron las nubes y cesó la tormenta. Mire a Michel y con la mirada nos dijimos,
“ya pasó” , fue uno de esos gestos que solo amigos de muchos años y gran cariño
pueden comprender y compartir. Una carcajada catártica salió de ambos y
cambiamos el disco, decidimos no escuchar más canciones de Tool en todo el
camino. Recuerdo que la canción que desencadenó todo fue la de Parabol.
Al llegar a Villahermosa seguía lloviendo, pero ya era una
lluvia más amable, de esas lluvias que incluso lo pueden poner a uno de buenas.
Buscamos un hotel que mi amigo ya conocía, pues cuando viaja de Puebla a
Quintana Roo suele parar ahí para descansar. Yo quería conocer la ciudad, la
laguna de las ilusiones, la iglesia de la conchita, el parque Juarez, o por lo
menos algún centro comercial donde poder tomar una taza de chocolate caliente.
Pero Mich estaba cansado de manejar y tampoco eran tantas mis ganas como para
tomar un taxi yo solo, así que solo encargamos un par de club sándwiches y un
par de refrescos al cuarto. Para las 7pm ya estábamos terminando de cenar y a
las 8 de la noche decidí dormirme, nos había agotado la carretera.
Para alguien que suele dormir tan pocas horas como yo, fue
un error dormir tan temprano, a las 3 de la madrugada abrí los ojos, y aunque
lo intente, no pude volver a conciliar el sueño. Para las tres y media ya
estaba metiéndome a bañar, me vestí y me senté junto a la ventana a observar la
calle que pasaba a espaldas del hotel, era muy fea y no parecía un barrio por
el que su pudiera pasear a las cuatro y cuarto de la mañana. No recuerdo bien
que hice para matar el tiempo, pero cerca de las seis se despertó Mich, le dije
que nos teníamos que apurar a salir, como si yo conociera muy bien la
carretera. Salimos a las 7am del hotel, pasamos a un Oxxo por pasta de dientes,
unas galletas y café. Nos lavamos los dientes atrás de la tienda, frente al
coche, con la ayuda de una botella de agua. Nunca voy a olvidar la expresión de
asombro que tenía Michel, siendo tan snob, fue una gran aventura para él. A mí
me pareció algo practico y nada fuera de este mundo.
Una vez que salimos a carretera, comenzamos a hablar de esto
y de aquello, a ratos callábamos para escuchar alguna canción, en Veracruz me di cuenta que un pequeño
paquetito de galletas de avena no había sido desayuno suficiente, pero pasando
por tierra de piñas, nos detuvimos en el acotamiento, donde había una camioneta
pickup que se veía vieja, con la caja de
carga llena de piñas y hieleras, y junto a esta, dos tipos bajo una lona que
ingeniosamente habían atado unos árboles.
Vendían tamales, atole y jugo de piña. No era muy barato, pero era lo que
había, así que compramos un bote de litro y medio de jugo y dos tamales, todo
era de piña, y debo decir, que los tamales eran particularmente suaves, muy
esponjosos, como salidos de un sifón y cocido en un horno de microondas por
algunos segundos. Además, de deliciosos claro.
El jugo no era especialmente bueno, un tanto acido, pero bebible.
La carretera era muy recta, pero a diferencia de la de
Cancún-Mérida, que también parece pista de aterrizaje para aviones, esta
carretera estaba rodeada de un mágico paisaje, lleno de amplios campos de
piñas, magueyes, y algunos maizales y de fondo para esta imagen tan bella, la
majestuosa Sierra Madre Oriental.
Nos fuimos adentrando en las montañas, subiendo por caminos
nublados y fríos, quería parar a comprar toritos de muchos sabores, que vendían
los niños a orilla de la carretera, pero ya no tenía efectivo suficiente para
gastar en caprichos. Tendré que hacer mi propio torito de cacahuate un día de
estos para quitarme el antojo. Mientras
pasábamos por las cumbres de Maltrata, Mich sufría de acrofobia y yo iba
maravillado disfrutando del imponente paisaje, incluso recuerdo pensar en la
escena en El Señor de los Anillos en la que Bilbo le dice entusiasmado a
Gandalf,
No paso más de una hora cuando el camino de dos carriles
lleno de emocionantes curvas y grandes montañas se transformó en una amplia
carretera, se notaba que hacia no mucho tiempo había recibido un buen
mantenimiento, de inmediato Michel hizo un comentario positivo sobre Rafael
Moreno, el actual gobernador del estado.
Cruzamos rápidamente la ciudad de Puebla, Michel iba
señalando los puntos de interés al pasar. Yo tenía ya mucha hambre y quería
llegar al departamento para comer algo. Al llegar, subimos las maletas y
Danitha, mi mejor amiga, nos estaba esperando con la comida y lo que me pareció
una muy mala noticia, había adoptado una gatita (no muy fea) a la que resulta
que soy bastante alérgico. En fin, comimos, nos pusimos al día, y ellos se
fueron a hacer sus cosas. Yo le hable a Claudia, una muy guapa amiga, que
resulto vivía a unas cuadras del departamento de Mich y Dany. Así que fui a su
casa, donde pase la tarde con ella y un amigo suyo, Levi.
Y así fue como llegue a Cholula, ya escribiré sobre mis días
ahí en otra ocasión. Si no me engaña mi memoria, solía cerrar los blogs con una
frase, así que no perdamos la costumbre.
¡Hasta luego, y buen provecho!